Desde hace un mes teníamos marcado en el calendario el sábado 16 de octubre. Se casaba un buen amigo camerunés, Simon Pierre Bell. Nos hizo un plano para llegar hasta el Ayuntamiento de Pouma, una pequeña ciudad a una hora y media de Yaundé, donde a las 15h en punto (nos insistieron en la puntualidad) iba a celebrarse la boda. Llegamos a las 16h y todavía nos tocó esperar media hora. En la ceremonia el alcalde pide al marido que elija entre poligamia y monogamia, después suelta un sermón y da unos consejos para el matrimonio.
Hasta ese momento todo fue fácil, pero una vez que los novios dieron el "sí quiero" empezaron las dificultades. Empezó a llover a cántaros y no pudieron hacerse las fotos de rigor. Corrimos a los coches y la comitiva emprendió la marcha hacia el village, un pueblecito en medio de la selva, donde se iba a celebrar el convite. A los diez minutos de salir, nos encontramos con el camino cortado porque un árbol había caído encima de una furgoneta. Rápidamente sacaron los machetes y cortaron una parte para que pudiesen pasar los coches. Pero fue un poco más adelante donde empezó la verdadera gran odisea, dejamos atrás la carretera asfaltada y cogimos una pista de tierra que con la lluvia se había convertido en una pista de patinaje: ¡rally por el pachute! Tardamos más de una hora en recorrer cinco kilómetros.
Al llegar al pueblo seguía lloviendo sin parar y se había ido la luz, así que nos sentamos debajo de unas carpas en medio de la oscuridad total y empezó entonces uno de estos períodos de inactividad absoluta que caracteriza cualquier acto camerunés. Como diría el antropólogo inocente: "Un estado próximo a la suspensión de todas las funciones en que uno puede aguardar horas sin sentir impaciencia ni frustración". Los blancos que estábamos allí, que éramos unos cuantos, no hemos desarrollado todavía esa facultad de paciencia extrema por lo que una hora después estábamos desesperados buscando cervezas que hiciesen más amable aquella espera.
A todo esto, los novios estaban dentro del coche aguardando a que la lluvia parase para poder hacer la entrada triunfal en la casa y recibir la bienvenida tradicional. Después de dos horas lograron poner en marcha un generador y así por lo menos iluminar con una bombilla aquellas tinieblas. Nosotros conseguimos unos cacahuetes para matar el gusanillo que empezaba a convertirse en tenia. Los novios al final salieron del coche y entraron corriendo a la casa donde pudimos saludarlos, abrazarlos, felicitarlos y pedirles por favor que nos diesen algo de comer, pues no habíamos comido nada desde el desayuno.
La lluvia había parado y gracias al generador teníamos luz y música, pero el banquete no podía empezar porque los padres de la novia se habían quedado atrapados en el barro y todavía, 4 horas después, no habían conseguido llegar. El siguiente paso de la tortura fue colocar toda la comida en una mesa y decirnos que hasta que no llegase la belle famille no podíamos empezar. No sabíamos si reír o llorar. Las más listas se fueron a la cocina a calentarse en la hoguera y a que alguna mamá les diese un plato de ndolé. Los demás estábamos casi desfallecidos y ya no teníamos fuerzas ni para discutir.
A las 00.30 los novios hicieron los honores y dieron por abierto el buffet. Con el estómago lleno, se veían las cosas de otro modo y nos animamos a bailar los grandes éxitos del verano camerunés. Muchos no podían con su alma y se dormían sentados en las sillas de plástico.
Esa fue la siguiente cuestión: ¿dónde dormir? Cada uno fue buscando un sitio cuando el cansancio ya era insoportable. Algunos durmieron en el coche, otros en un hospital abandonado y otros (nosotros) en los bancos de madera de la iglesia. Nos dormimos con la música de fondo y pensando "mañana será otro día".
El dj nos despertó a las 7 de la mañana con la marcha nupcial y el nuevo día empezó. Lo primero fue untarnos de repelente porque en esas primeras horas los mut-mut salen a picar a todos los blancuchos despistados. Nos volvimos a sentar en las sillas de plástico donde habíamos pasado tantas horas la noche anterior y nos dispusimos a esperar. Esta vez esperamos el desayuno, pero la espera al sol viéndonos las caras se hizo mucho más llevadera. Después de comernos el batón de mandioca que había sobrado de la cena, nos marchamos de aquel pueblo, riéndonos de las situaciones surrealistas vividas en la boda.
Al llegar a Yaundé, a la 13h, paramos en un barecillo a tomarnos la última. Nosotros nos escapamos a darnos una buena ducha y echarnos una buena siesta, pero para el resto del grupo fue la primera de muchas cervezas. Albert, a pesar de la resaca, lo resumía muy bien: "Nos hemos pasado el día de la boda ESPERANDO y el día después de la boda FESTEJANDO".
Hasta ese momento todo fue fácil, pero una vez que los novios dieron el "sí quiero" empezaron las dificultades. Empezó a llover a cántaros y no pudieron hacerse las fotos de rigor. Corrimos a los coches y la comitiva emprendió la marcha hacia el village, un pueblecito en medio de la selva, donde se iba a celebrar el convite. A los diez minutos de salir, nos encontramos con el camino cortado porque un árbol había caído encima de una furgoneta. Rápidamente sacaron los machetes y cortaron una parte para que pudiesen pasar los coches. Pero fue un poco más adelante donde empezó la verdadera gran odisea, dejamos atrás la carretera asfaltada y cogimos una pista de tierra que con la lluvia se había convertido en una pista de patinaje: ¡rally por el pachute! Tardamos más de una hora en recorrer cinco kilómetros.
19h. Llegada al pueblo sin luz |
pasando el rato |
20h. llegaron las cervezas |
21h. llegó la luz |
21h30. llegaron los novios |
00h30. llegó la comida |
1h30. llegó la música |
la iglesia-hotel donde dormimos |
esperando el desayuno |
pachute |