Tras la incorporación de Catalina y Alejo (Catalejo), continuamos nuestro periplo y fuimos a parar al parque nacional de la Benoué. No era la primera opción pero ante el aviso del colaborador de ciertos riesgos en la carretera hacia el parque nacional de la Bouba-Ndjida, decidimos cambiar la ruta.
El plan estaba claro: levantarnos al amanecer para poder ver algún que otro animal y volver a salir al anochecer, cuando bajara el calor, para intentar ver alguno más. Así que nos despertamos a las 05:30 para salir con el guía-rastreador de la mañana. Ni nos habíamos quitado las legañas cuando aparecieron los primeros impalas antílopes y LA jirafa. Después de este inicio, nos esperanzamos con ver elefantes y leones. Pero ya nos habían advertido de que era muy complicado y que todo dependería de la suerte (de la chance). El frescor de la mañana ayudaba a no pensar que estábamos de nuevo metidos en el car pegados a los asientos de escay.
Tras el primer paseo, paramos en el río (la Benoué) para ver los hipopótamos. Allí estaban, tan grandes y tan panchos, sumergidos en el agua. Aunque sólo nos enseñaban las cabezas, la sensación de verlos tan cerca nos impresionó.
A su alrededor, acechaban los ojos de los cocodrilos y la "mancha". Esto sí que nos dejó boquiabiertos. Una especie de sombra en el agua que se movía casi imperceptiblemente. Se acercó hasta la orilla y el guía-rastreador dio un respingo que nos asustó a todos. Así es cómo las gastan los cocodrilos. De hecho, hubo un momento en que un impala bajó a beber al río y todos con ganas de sangre esperábamos que el cocodrilo lo atacara y ver en directo un documental de La2.
A su alrededor, acechaban los ojos de los cocodrilos y la "mancha". Esto sí que nos dejó boquiabiertos. Una especie de sombra en el agua que se movía casi imperceptiblemente. Se acercó hasta la orilla y el guía-rastreador dio un respingo que nos asustó a todos. Así es cómo las gastan los cocodrilos. De hecho, hubo un momento en que un impala bajó a beber al río y todos con ganas de sangre esperábamos que el cocodrilo lo atacara y ver en directo un documental de La2.
El resto de la mañana nos la pasamos dormitando en el campamento, soportando el calor como mejor podíamos: tomando refrescos y descansando a la sombra de los kilómetros que llevábamos encima. Tras la comida y la siesta salimos de nuevo en busca de los elefantes. No tuvimos suerte y no los vimos, pero sí conseguimos ver jirafas corriendo-volando, que creo que es la imagen que nos llevamos todos. ¡Qué elegancia!
Terminamos el día en el bar del resort, bebiendo cervezas y comiendo sardinas. Compensamos así, de alguna manera, al gerente del hotel, que el día anterior se había enfadado por perder 4 habitaciones (ya que teníamos las tiendas) y como castigo nos encendió sólo dos horas la luz del generador. En ese momento no sabía que estaba ganando 11 sedientos bebedores.
El penúltimo día volvimos a N'Gaoundere a llevar a Ana al tren (habían llegado unos amigos suyos a Yaundé y no quería dejarlos mucho tiempo solos). Paramos por el camino en Mbe, pues el viernes hay mercado. Allí encontramos a las mujeres mbororo con sus calabazas llenas de leche y yogurt, con sus telas coloridas, sus escarificaciones, su maquillaje y sus joyas. (Esperamos impacientes un trabajo sobre ellas que tiene pendiente la antropóloga inocente Cristina Enguita).
El penúltimo día volvimos a N'Gaoundere a llevar a Ana al tren (habían llegado unos amigos suyos a Yaundé y no quería dejarlos mucho tiempo solos). Paramos por el camino en Mbe, pues el viernes hay mercado. Allí encontramos a las mujeres mbororo con sus calabazas llenas de leche y yogurt, con sus telas coloridas, sus escarificaciones, su maquillaje y sus joyas. (Esperamos impacientes un trabajo sobre ellas que tiene pendiente la antropóloga inocente Cristina Enguita).
En N'Gaoundere aprovechamos para acudir a la mezquita a ver el rezo de los viernes. Sorprende la diferencia entre los musulmanes árabes y los del África subsahariana. Un Islam inaccesible y opaco vivimos en Marruecos; abierto y colorido se nos presentó aquí. (Ya lo vieron en el Cinema Rif las fieles seguidoras de Alquibla en el capítulo "El Islam negro").
Nos comimos un pollo que nos supo a gloria después de tanta pasta y tantas latas, y emprendimos un viaje de dos horas y media por una pista, de verdad polvorienta, hasta Idol. Atravesamos muchos pueblos y algunos lagos, hasta llegar finalmente a nuestro destino, demasiado tarde, eso sí, para ver la famosa puesta de sol y con el culo roto después de tanto traqueteo.
Nos recibió el hermano del Lamido, máximo responsable del pueblo, tanto político como religioso. Nos llevó a su casa, nos acomodó en los sillones, vinieron todos los notables a saludarnos y nos enseñó orgulloso fotos de otros blancos que habían pasado por ahí, mientras las mujeres en la cocina nos preparaban la cena. Nos sorprendió que ninguna viniese a saludarnos, pues en el resto de poblados eran siempre ellas las que nos recibían. Costumbres de la etnia peul. Así es Camerún: cada pueblo tiene su lengua y sus hábitos. Con más cansancio que hambre, comimos algo rápidamente y nos fuimos a dormir.
Nos comimos un pollo que nos supo a gloria después de tanta pasta y tantas latas, y emprendimos un viaje de dos horas y media por una pista, de verdad polvorienta, hasta Idol. Atravesamos muchos pueblos y algunos lagos, hasta llegar finalmente a nuestro destino, demasiado tarde, eso sí, para ver la famosa puesta de sol y con el culo roto después de tanto traqueteo.
Nos recibió el hermano del Lamido, máximo responsable del pueblo, tanto político como religioso. Nos llevó a su casa, nos acomodó en los sillones, vinieron todos los notables a saludarnos y nos enseñó orgulloso fotos de otros blancos que habían pasado por ahí, mientras las mujeres en la cocina nos preparaban la cena. Nos sorprendió que ninguna viniese a saludarnos, pues en el resto de poblados eran siempre ellas las que nos recibían. Costumbres de la etnia peul. Así es Camerún: cada pueblo tiene su lengua y sus hábitos. Con más cansancio que hambre, comimos algo rápidamente y nos fuimos a dormir.
cena en casa del Lamido |
una de las calles de Idol |
A la mañana siguiente, al despertarnos ya nos tenían preparado en el salón de la casa el té acompañado de todo lo que no nos habíamos cenado la noche anterior: arroz, carne en salsa, cuscús... Recobradas las fuerzas, nos acompañaron a dar un paseo por las calles del pueblo, para que pudiésemos ver su plan urbanístico y sus construcciones. No salíamos de nuestro asombro, parecía el Eixample de Barcelona. El padre del Lamido había diseñado este pueblo con escuadra y cartabón: 40 metros cuadrados para que cada familia contruyese su casa y 10 metros entre finca y finca. Habían plantado todo tipo de árboles: inmensos eucaliptos, mangos, granados... para dar sombra a aquellas casas de cuento, ejemplo de arquitectura tradicional. La mezcla de conceptos es increíble. Había merecido realmente la pena el viaje hasta allí.
Sin muchas ganas nos montamos una vez más, la última, en el car y nos pusimos rumbo a N'gaoundere para coger el tren de vuelta a casa. Todavía nos esperaban algunas sorpresas por el camino. La primera, y más agradable, fueron las cataratas de Tello, donde hicimos un descanso, nos refrescamos y admiramos aquel lugar único.
Y la segunda, la provocó el chófer cuando no le dio la gana de pararse en un control de policía porque estaba cansado y quería llegar a casa. Vivimos así una persecución a la africana: a 10 km/hora, por una pista en mal estado. El policía en moto nos siguió un buen rato, anotó la matrícula y llamó a unos refuerzos que, por supuesto, nunca llegaron. Pero Amadou no se achantó en ningún momento, es más, sacó un cuchillo de la guantera por si las moscas. Nosotros mirábamos incrédulos todo lo que estaba pasando sin atrevernos a abrir la boca. En cuanto entramos en el pueblo al barrio del chófer, el policía se largó y ahí quedó la cosa. Nos reímos con ganas de aquella historia y llegamos a tiempo al tren.
La última aventura: el tren en segunda clase. Estábamos seguros de que iba a ser un viaje muuuuy largo y muuuy incómodo, pues nos habían hablado horrores de segunda clase. Sin embargo no fue para tanto. Quizás por el cansancio acumulado o quizás por la confianza y buen rollo del grupo después de una semana juntos o quizás porque en el tren viajaba el Ministro de Comunicación. Probablemente fue una mezcla de todo. El cansancio nos hizo dormir bastante tiempo a pierna suelta y los ratos que estábamos despiertos nos íbamos riendo de las situaciones surrealistas del vagón y gracias al ministro el tren salió puntual y llegó antes de su hora a Yaundé. El espacio es reducido, el vagón está preparado para 88 personas sentadas y 45 de pie (45 que no aguantan 14 horas de pie, obviamente, y se sientan y tumban donde pueden). Todo fue muy gracioso: 10 blancos ocupando la mitad del vagón con mochilas, tiendas, sacos, comida, agua, regalos, calabazas, cajas y Joaquín durmiendo en el pasillo. Para los que viajamos en el vagón cafetería a la ida, segunda clase fue el paraíso.
Se terminó el viaje, probablemente el más extraño de nuestra vida.
Nunca habíamos estado en lugares tan remotos.
Ey!! qué rapidez!!! así me gusta!!
ResponderEliminarBueno, bueno, cada vez me dan más ganas de ir a veros...jejjee.
Besitos a los dos!!
precioso viaje,animales,paisaje y anécdotas carlos,yo el sábado 17 de abril de despedida de soltera.Por aquí con frío,ese día y arreciando lluvia,no termina de comenzar la primavera.
ResponderEliminarIrene de La Proener.
¡Qué pasada! alicia
ResponderEliminarqué cracks!
ResponderEliminargracias... yo también espero sacar a la luz mis elucubraciones mentales sobre los mbororo...
muchos besos
Estais disfrutando una aventura maravillosa, me gusta todo lo que editais en vuestra página. Aprovecharla al máximo. Un abrazo muy fuerte de vuestros tios y primos zaragozanos y muchos besos.
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